Anoche una vez más, golpeado por las circunstancias y por el calor africano, intenté menguar mi insomnio leyendo unos poemas de Miguel Hernández. No hice otra cosa sino alterarlo, ya que la juventud de la que hablaba el poeta la recordaba lejana en mi corta vida:
"No encuentro en mi senda traidores abrojos,
ni zarzas rastreras, ni acíbar, ni hiel;
la encuentro alfombrada de pétalos rojos
de ufanos claveles, de hilados embojos,
de luz, de alegría de rosas, de miel".
Nada acaba con la juventud, ni siquiera el tiempo, es más, diría que mucho menos, el tiempo. La juventud a la que me refiero es esa verdadera fuente de alegría, de esperanza, de motivaciones diarias, el agua que calma la sed de la vida, y esa, créeme, no se pierde nunca si la encuentras.
ResponderEliminarMe hace mucha gracia pensar que hay muchas leyendas de búsqueda constante de la "eterna juventud", buscamos siempre fuera lo que está dentro. He conocido muchos ancianos, a los que solamente les delata el cuerpo, el exterior, si no les viéramos parecerían jóvenes alegres, motivados, esperando aún, ahora y siempre, que la vida les sorprenda.
El error es siempre creer que la juventud solamente depende del tiempo, y también pensar que aunque tengamos muchos años podemos ser físicamente como cuando teníamos veinte años.
Ya habrás oído la célebre frase: "Se es viejo cuando pesan más los recuerdos que las ilusiones".
Un saludo