domingo, 30 de octubre de 2011

Empañar pero no destrozar

Decía Platón que "la amistad es el plato fuerte de la vida". Quien encontró aquellos amigos de los que habla el Eclesiástico ("quien tiene un amigo, tiene un tesoro"), entiende y experimenta que esta dimensión configura tu felicidad junto al trabajo, familia y amor. Ahora bien, entiendo que estos tesoros de creación divina, una vez que existieron, los errores humanos los pueden empañar, enfriar pero nunca destrozar. El otro día, un alumno adolescente me soprendía con su definición de la amistad: "es el lazo de confianza que existe entre dos personas". Confiar es abandonarse en el otro, comprener sus limitaciones, animarle ante la duda e incorporarle tras la caída. La amistad como creación divina y realidad trascendente no entiende de pasado, solo disfruta el presente porque anhela el futuro y las tormentas del pasado desembocan en las futuras primaveras.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Rasgando el tiempo

El saberme que estoy rodeado de gente: agradecida, que está ahí cuando tienen que estar, que no escurren el hombro, que recuerdan en la hora del olvido, que velan en la noche, que llaman en la soledad, que recogen cuando desparramo, que siembran cuando yo siego, que callan a la hora del triunfo, que me buscan cuando me pierdo Pasaba la vida, lenta, de espaldas a él, tras la ventana, sin detenerse a mirarla, o pararse un momento para alguna charla, a su paso rasgaba las noches para retardar el alba, adormeciendo en las olas la espuma blanca; y, aunque los años corrían cayendo como guadañas, las horas se desvanecían pausadas, vacías, goteando soledad sobre el alma. Desolado, permanecía callado sin parpadear siquiera, sin una lágrima, velando la luna para que no se fuera, para que detuviera el tiempo frenando el mañana, y rogaba, rogaba al cielo estelas de plata donde posar los recuerdos y las cosas que dañan, a cambio quería puñados de olvido, alguna sonrisa y un volver A empezar. Pero llegó el alba y un día más, triste y melancólico, volvió a errar.

domingo, 9 de octubre de 2011

En el amanecer otoñal

El amor evoluciona, no sólo pasa o se apasiona incandescente en el deseo. Nos transforma en la paciencia de su convivencia, o en la seducción del perdón que nos besa. Somos lo que nos amamos. Y ya no estamos solos en la soledad, ni tristes en la tristeza. Vemos una sonrisa que nos quiere, con esa ternura que nos da por entero su vida. Y el amor va madurando en los detalles, en esa constante correspondencia y agradecimiento. No era cuestión de un rato o de unos buenos paisajes. Había mucho más. Ahora lo sabes. Y ya no pienso que la muerte nos separe. Guillermo Urbizu