En estos días de verano he redescubierto las "pequeñas virtudes" de Natalia Ginzburg: esos pequeños grandes momentos, que los más vulgares sólo apreciamos en tiempos de mutismo exterior, de posesión pacífica de calma.
Alguna vez ya hemos aludido a que una forma común de apreciar la vida es la de coleccionar momentos, no aplaudo o refuto esta propuesta vital, me parece lícita y compatible con otras claro.
No sólo son para el verano las bicicletas, sino también el pasar más tiempo con aquellos familiares que llevabas tiempo sin ver, con los más cercanos, con tus amigos. El verano es una buena fecha para embobarse con las puestas de sol, para desempolvar tu cometa juvenil, para pasear por la playa al amanecer, para bucear, para descubrir nuevas aficiones, para viajar al lugar que llevabas esperando tantos años, para perderse en la calma estival, practicar nuevos deportes, ponerse al día con los grandes clásicos del cine y la literatura, para contemplar las estrellas en una noche despejada, para hacer la compra sin mirar el reloj, para no contar los días que quedan para el fin de semana...
Así se oxigena un espíritu, así se ordena una vida.
Me encantó el libro de Ginzburg, coincido contigo.
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