
El saberme que
estoy rodeado de gente:
agradecida,
que está ahí cuando tienen que estar,
que no escurren el hombro,
que recuerdan en la hora del olvido,
que velan en la noche,
que llaman en la soledad,
que recogen cuando desparramo,
que siembran cuando yo siego,
que callan a la hora del triunfo,
que me buscan cuando me pierdo
Pasaba la vida, lenta,
de espaldas a él, tras la ventana,
sin detenerse a mirarla,
o pararse un momento
para alguna charla,
a su paso rasgaba las noches
para retardar el alba,
adormeciendo en las olas
la espuma blanca;
y, aunque los años corrían
cayendo como guadañas,
las horas se desvanecían
pausadas, vacías,
goteando soledad sobre el alma.
Desolado, permanecía callado
sin parpadear siquiera,
sin una lágrima,
velando la luna para que no se fuera,
para que detuviera el tiempo
frenando el mañana,
y rogaba, rogaba al cielo
estelas de plata
donde posar los recuerdos
y las cosas que dañan,
a cambio quería puñados de olvido,
alguna sonrisa
y un volver
A empezar.
Pero llegó el alba
y un día más,
triste y melancólico,
volvió a errar.
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