El pasado jueves acudí a la conferencia que pronunció Jaume Sanllorente dentro del Congreso "Lo que de verdad importa". Jaume es un periodista español que en el 2003, después de un viaje a la India cuya pobreza le dejó profundamente impactado, regresó a Barcelona, su ciudad natal, dejó su trabajo, vendió su piso y su coche y volvió para saldar las deudas de un orfanato y así impedir su cierre.
No pretendo aquí hacer un resumen de dicho ponencia, sólo quería reflejar una serie de reflexiones que me llamaron la atención. Hizo hincapié en que uno debe hacer en la vida lo que le gusta, lo que le apasiona. No entiende que haya gente que, al enterarse de que le quedan meses de vida por una enfermedad terminal, deciden cambiar totalmente sus parámetros vitales: trabajo, amigos, viajes... No hay que esperar a esos momentos para hacer lo que te gusta.
Relacionado con esto, animó a los jóvenes asistentes a que supieran apreciar la belleza cotidiana de la vida. A veces no apreciamos algo grandioso que pasa a nuestro lado sin darnos cuenta. Recordó como su madre le llevaba las noches despejadas al balcón de su ventana para contemplar las estrellas.
Glosó su ponencia haciéndonos ver que todos debemos tomar una actitud activa en la construcción de la sociedad, es estéril lamentarse de lo “mal que está el mundo” sin mover un dedo. Todos podemos contribuir a cambiarlo. Usó varias metáforas, me quedo con aquella en la que comparaba el mundo con un muro negro, muchos lo miran y confirman la oscuridad del panorama. Pocos, prácticamente ninguno, repara en el bote de pintura blanco que tiene junto a él, esperando que estampe una serie de brochazos en el oscuro muro. Esto me recordó aquella frase de la Madre Teresa de Calcuta: “lo que tú puedes hacer en el mundo es como una gota en un océano, pero sin esa gota el mundo no sería el mismo”.
Animó a cambiar el mundo cambiando nuestra actitud con los más cercanos. Hemos de empezar “sonriendo y mirando a los ojos en el ascensor”.
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