De Prada acierta en sus reflexiones sobre el objetivo de la escuela católica en este artículo que acaba de publicar
«COLEGIOS católicos, cantera de líderes», rotulaba ayer este periódico un magnífico -y, acaso sin pretenderlo, estremecedor- reportaje de Blanca Torquemada en el que se desempolva la infancia y adolescencia de diversos dirigentes políticos españoles que estudiaron con curas y monjas. En realidad, el rótulo que mejor hubiese casado con el reportaje hubiese sido: «Colegios católicos, cantera de líderes anticatólicos», a la vista del ganao que en él se concitaba; pero basta el eufemismo de «cantera de líderes» para designar la tragedia de la escuela católica, cuya razón de ser no es otra que la de erigirse en «cantera de discípulos»; y no del liberalismo, ni del socialismo, ni del feminismo, ni de cualquiera de los «ismos» o idolatrías políticas establecidas, sino discípulos de Cristo.
«Dejad que los niños se acerquen a mí», dice Jesús en cierto pasaje muy divulgado del Evangelio; pero cuando se comprueba que muchos niños que pasan por la escuela católica son quienes luego, de adultos, más se alejan de Cristo y más afanosamente trabajan para que otros también se alejen, uno empieza a considerar que tal vez la escuela católica debería empezar a aplicarse la admonición que hallamos en el mismo pasaje evangélico: «Al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valdría encajarse una rueda de molino y arrojarse al mar».
En su reportaje, Blanca Torquemada afirma que las solicitudes de ingreso para los colegios católicos son «aluvión»; y ensalza el «predicamento de los colegios católicos, que consolidaron su prestigio y sus altos niveles de exigencia académica y se mantienen como referente de la educación de calidad en España». Pero si el prestigio de la escuela católica ha de justificarse por su nivel de exigencia académica y por el número de las solicitudes de ingreso es porque ha extraviado su razón de ser; pues, por mucho que fatiguemos el Evangelio, no encontraremos pasaje alguno en el que Cristo hable de exigencia académica o de aluvión de solicitudes. Más bien al contrario, descubrimos que a sus seguidores no los buscó precisamente entre los letrados; y, desde luego, tampoco puede decirse que hubiera un «aluvión de solicitudes» para incorporarse al número de sus discípulos.
Una escuela católica en la que escasearan las solicitudes de ingreso y donde la exigencia académica fuese más bien escasa tendría razón de ser, con tal de que fuera verdadera «cantera de discípulos»; en cambio, una escuela católica convertida en cantera de líderes anticatólicos que luego se dedican a combatir el Evangelio de Cristo en la política, los medios de comunicación, la cultura o la empresa carece de razón de ser, por mucho que la desborden las solicitudes de ingreso y por elevada que sea su exigencia académica. Si la sal se vuelve sosa, ¿quién podrá salar el mundo?
El reportaje de Blanca Torquemada incluye declaraciones de los religiosos que se encargaron de la formación de estos líderes anticatólicos ante las cuales uno no sabe si reír (con una risa nerviosa y mohína) o llorar (con lágrimas como las de Getsemaní). La monja que enseñó Religión a Bibiana Aído, por ejemplo, asegura que la ministra que compara ponerse tetas con abortar y niega la pertenencia al género humano de los niños que se gestan en el vientre de sus madres quiere a las monjas con las que estudió «algo exagerao»; y que »los valores de la familia de Nazaret fueron el fundamento de su educación, y eso queda». Como hemos de suponer que la hermana en cuestión no es una cínica, tenemos que concluir que vive en la inopia. Que es, exactamente, lo contrario de lo que se nos reclama en el Evangelio: «Estad despiertos y vigilantes». Pero sospecho que la escuela católica lleva mucho tiempo viviendo como las vírgenes necias de la parábola; y así se ha convertido en cantera de líderes anticatólicos.
Juan Manuel de Prada
ABC
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